La historia de Martín, de Eduardo Nieva

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La historia de Martín,  de Eduardo Nieva
El 13 de septiembre había llegado y un nuevo plazo se cumplía para volver a encontrarse con el amor de su vida. Ya convertido en algo platónico o no ellos ni se molestaban en definirlo de otra forma que no sea amor. Martín se levantó muy tarde ese trece de septiembre. Estaba muy cansado porque venía de un viaje agitador que duró más de quince horas.

Él había salido dos semanas atrás camino a Buenos Aires a un congreso enviado por sus jefes para capacitación laboral. Éste era un congreso que estaba divido en cuatro encuentros que se disputarían durante cuatro viernes y sábados. Martín estaba muy bien en Buenos Aires porque para él esas eran unas verdaderas vacaciones pagas que no había tenido en ninguno de los seis años que llevaba trabajando para esa empresa. Aparte existía una gran posibilidad de que se radicara allí como representante de su ciudad de la firma para la cual él trabajaba. Todo dependería del buen desempeño que tenga en ese tiempo de capacitación. Tan bien y tan distraído estaba que casi se le pasa por alto la fecha tan esperada, el 13 de septiembre. Ese año, 13 caía viernes y fue justamente eso lo que lo hizo recordar porque un compañero en una charla cualquiera le dijo __:’menos mal que esta vez 13 cae viernes y no martes’. Esto hizo click en la cabeza de Martín quien dejó de existir en Buenos Aires, al menos espiritualmente. Solo su cuerpo estaba en esos momentos allí. Su mente había hecho un viaje tan veloz como la luz y lo llevó al cementerio donde había visto por ultima vez a ella, a Anna, quien había ocupado su mente muchas veces desde la ultima vez que se vieron. Anna, a quien él ya había logrado quitarla de su mente pero ella bien escurridiza se metió en su corazón y allí quedó. Anna a quien había decidido hablar para pedirle un volver a empezar. Si, esa Anna con la cual había tenido tantos encuentros imaginarios como latidos de corazón tuvo desde esa ultima mirada sin decirse nada en la puerta del cementerio. Lo novedoso y brillante de la gran ciudad, lo rápido y efímero que es la vida allí y el acelerado ritmo de vida de los porteños habían logrado por unos días que él se distrajera y no pensara en ella, por eso es que él se había olvidado, solo por esos días, del tan ansiado y esperado 13. Por eso es que su mente lo transportó tan lejos de Buenos Aires, tan veloz y tan cerca de ella y tan lenta su mano recorriendo el ondulado camino trazado por su largo cabello sobre su desnudo cuerpo.
Un codazo de su interlocutor lo trajo de inmediato a su realidad y los mil kilómetros que lo separaban de ella. _:’ ¡no serás supersticioso vos eh!’ le dijo su compañero de congreso quien lo llevaba a conocer los diferentes lugares de la ciudad. Pero Martín ya no era Martín sino un ser autómata que iba y venía para donde lo llevasen y prácticamente usaba en sus discursos monosílabos. Era martes 10 de septiembre y él estaría allí hasta el domingo 29. Ni bien se dio cuenta de esto sintió un desgarro en su alma. Él estaba decidido a hablarle y ahora no podría porque no la encontraría. ¿Dónde la buscaría sino? El había escuchado que ella estaba pronta a casarse y no se animaba a hablar a un tercero para que lo ayude. Ese encuentro, que incluso no estaba asegurado sino que la mirada que se dieron la ultima vez era la única garantía; la única garantía que le dio nuevo sentido a su vida por la cual él vivía, ahora tendría que esperar un año más y el hecho de pensar en que ya sería demasiado tarde lo atormentaba. Eduardo, su compañero del congreso se vio obligado a pedirle explicación de lo que le pasaba y Martín no dudó en complacer a tal pedido. Ni bien terminó de contarle toda la historia, Eduardo con un par de palmadas en el hombro lo alentó a que haga el viaje de su vida. _:’Vaya, hable, haga lo que tenga que hacer y vuelva. Aquí yo lo cubro’. Le dijo bien animado Eduardo. Martín no lo pensó más y a su ciudad se dirigió esa misma noche alentado por éste que pasó de ser un simple extraño que conoció en ese congreso a ser una especie de mejor amigo así como esos mejores amigos que te haces en una noche de alcohol. Esta vez el alcohol que lo embriago era una infusión de amor, sueños y esperanzas. 15 horas de viaje traducidas al ansioso corazón de Martín fueron 15 minutos. 15 horas de viaje que tendrían que haber sido 12 pero un accidente entre un auto y un camión habían detenido el tránsito en la ruta pocos kilómetros antes de llegar a su ciudad. _:’ ¡Pobre gente!’ pensó él al ver los metales retorcidos por su ventanilla. Algunos curiosos se bajaron a ver, a preguntar, pero él solo quería llegar y nada le importaba más que eso así que decidió esperar que los que saben hagan su trabajo. Él tenía todavía dos días para armar su propuesta.

Una vez en su ciudad se fue derecho a su casa y no salió demasiado para no ser visto por alguien que le pudiera hacer saber a sus jefes que él no estaba en Buenos Aires como debería estarlo. Miércoles y jueves recibía llamados al teléfono fijo pero no atendía y también recibió algunos mensajes de texto de sus amigos que le pedían que cuando el pudiera los llamara, que algo muy importante había sucedido pero él no quería aparecer delante de ellos hasta el viernes. Solo planeaba su encuentro.
El tan ansiado viernes llegó y el problema también. ¿A que hora tendría que estar él allí para justo encontrarse con ella? Que gran pregunta. Pero pensó que sucedería cuando tenga que suceder así que llamó a un amigo para encargarle que haga el favor y le comprara rosas blancas ya que éstas eran las favoritas de Anna. Luego pensó en que sería mejor ir a la tarde como la vez anterior ya que también a esa hora ya casi oscurecía y podría salir sin ser visto con facilidad. Él la vería y le haría su propuesta y luego volvería a la gran ciudad a completar la tarea que le había sido asignada por dos semanas más o tal vez mas, eso después se vería. Él estaba seguro que habría una respuesta afirmativa aunque de repente también recordaba que le habían comentado que ella estaba por casarse pero él, todo un soñador, no perdía la esperanza.
Ricardo y Mario llegaron de inmediato a casa de Martín. Decían estar muy contentos de volver a verlo pero su cara decía otra cosa. Martín, ensimismado en sus cosas, no lo notó. Él solo quería que uno de ellos se dirigiera al vivero más próximo y comprara por él esas rosas para Anna. Mario cumplió en seguida con el pedido y salió en su búsqueda. Ricardo después de hacerle unas preguntas sobre sus días en Buenos Aires y sobre cuando pensaba regresar se vio obligado a decirle a Martín que no tenía sentido ver a Anna, que ella estaba apunto de casarse y que él debía hacer lo mismo, que él debía rehacer su vida; aprovechar esta nueva oportunidad de estar en una ciudad como la de Buenos Aires y comenzar de cero allá. Pero Martín hacía caso omiso a este consejo de su amigo. Martín había planeado tanto este encuentro que no había nada, pero absolutamente nada en este mundo que lo hiciera cambiar de parecer.

Mario regresó con una docena de rosas blancas y miró a Ricardo y éste le hizo un gesto con los ojos a Mario pero Martín no pudo descifrarlo. Miró la hora y ya estaba todo listo. La hora de partir había llegado. El gran encuentro estaba al caer del atardecer. Sus amigos sin poder decir una sola palabra se retiraron no sin antes darle un fuerte abrazo.
Las cuadras pasaban y él sentía a su corazón querer salir por su boca. Él sentía que Anna ya estaba allí esperándolo al lado de la tumba de su abuelita, cual cómplice de todo esto se las ingenió por mucho tiempo para que estos estuvieran juntos. Al fin llegó y a la tumba se Elisa se dirigió. Grande fue su sorpresa al no encontrar a Anna. Pensó muchas cosas, pensó si es que ella había ido, no lo encontró y se fue, pensó en que al final ella decidió no ir, luego pensó que ya llegaría y luego vio unas rosas blancas en una tumba al lado de la abuela. Esas rosas estaban prácticamente nuevas. Parecían haber estado puestas allí desde ese día. Intrigado se acercó a ver de quien se trataba y el horror y el espanto lo atormentaron tanto que entró en una terrible crisis de nervios. La foto de la placa mostraba la sonrisa y el rostro de Anna quien según la fecha inscrita en la placa decía que ella había dejado de existir el día miércoles 11 de septiembre de ese año. O sea, 2 días atrás. Martín gritaba y con sus manos quería destruir las paredes que separaban su ser del cuerpo de Anna. Quería correr y no sabía adonde. Quería buscar a alguien que lo ayudara a sacar a su amada de esa pequeña  prisión de ladrillos que la tenía atrapada e impedía que pudieran abrazarse como lo habían hecho exactamente 365 días atrás. Ricardo y Mario lo sujetaron por detrás. Lo encontraron con su remera rota por la fricción que ésta había recibido de las paredes de la tumba de Anna y con sus manos totalmente ensangrentadas por el vano intento de destruir esas paredes del horror. Ellos estaban allí con él porque habían decidido, sin que él se diera cuenta, seguirlo porque ellos nunca se animaron a decirle que Anna había salido de viaje a buscarlo a él a Buenos Aires. Nunca se animaron a decirle que ella había dejado todo para ir en su búsqueda y declararle su amor. Anna había ido a hablar con Ricardo para manifestarle que no podía dejar de pensar en Martín. Que ella sabía que ella estaba en su corazón ante lo cual Ricardo le propuso que vaya a Buenos Aires a verlo que allí tendrían libertad de acción.
Ese auto retorcido debajo de ese camión que Martín vio pocos kilómetros antes de llegar a su ciudad tenía preso al cadáver de Anna que había salido en su búsqueda.
Anna y Martín. Su larga historia de amor así se acabó. Sus amigos lo quisieron detener pero nada en el mundo iba frenar esas ganas de concretar lo que él había planeado. Al final no pudo hacerlo porque Anna, su eterna amada, ya no pertenecía a este mundo.

FIN.

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