La historia de Anna – (una larga historia de amor)

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La historia de Anna – (una larga historia de amor)
Dedicado a Anna

Ella y él se unían por medio de esa tumba que representaba la muerte para cualquiera que por allí pasara pero solo para ellos era sinónimo de vida. Vida en ese amor que nunca murió, que nunca morirá. ¿Cómo algo tan frio y siniestro, tan olvidado y no aceptado, tan desvencijado y negado como una tumba puede ser un punto de encuentro para dos que se aman al mirarse?
Ella hizo todo lo que tenía que hacer ese día sin olvidarse que se cumplía un aniversario mas de la muerte de la abuela de su ex pareja. Ella ya nada tenía que hacer visitando esa tumba, esa pila de ladrillos de forma rectangular que albergaba un ser de luz escondido en las tinieblas. Ella no tenía nada que hacer ahí, es lo que cualquiera puede pensar, pero el amor que ambas se tenían era mayor al paso del tiempo y al cambio de vida que ambos tuvieron. Ella acostumbraba cumplir con el ritual de visita a su ex abuela política todos los trece de septiembre. Ella, Anna, siempre portaba un ramo de rosas bien rojas, las preferidas de doña Elisa. Entraba por la entrada principal y lentamente se dirigía hacia el sepulcro de Elisa. Mientras hacía esto observaba casi sin observar los nombres de otros afortunados que ya no tenían que seguir padeciendo la locura de estar vivos. Sin darse cuenta se perdió por un instante y comenzó a apurarse porque la noche caía y le ponía un poco nerviosa la soledad del cementerio. Había escogido ir allí después de terminar con todas sus tareas habituales para poder estar todo el tiempo que ella considere necesario al lado de esta abuelita que tanto quiso y sin darse cuenta ya era demasiado tarde para haber ido pero nunca hubiera dejado su visita para otro momento que no sea la fecha exacta del aniversario de la muerte de Elisa. Miró hacia arriba en busca de la cruz mayor, la cual siempre usaba como punto de referencia para llegar y en pocos minutos logró su cometido. Pudo observar con facilidad lo limpio que habían dejado los familiares de ésta la zona de Elisa y cómo el cebo de la vela derretida había dibujado un corazón cuyos bordes parecían ser de pétalos de flores. Se quedó contemplando eso por unos instantes cuando de repente una sombra cubrió el único rayo de sol que la iluminaba. Al mirar a su costado intrigada por eso, vio un par de estrellas luminosas que la miraban fijo a los ojos. Estas estrellas no hacían más que iluminar su alma de plena alegría. Alegría que ya había olvidado pero que la completaba como mujer. Logró salir de este encanto y pudo advertir que esas estrellas le pertenecían a los ojos de su amado, mejor dicho a ese que había sido alguna vez en su vida su amado porque ya hacía tiempo que no lo era. Él también había ido a ver a su abuela y causalmente se encontraron allí. Digo bien y usted lee bien, causalmente y no casualmente porque si hay algo que no existe en esta vida son las casualidades ni menos en esta materia que tenemos a lo largo de nuestra existencia llamada amor. Se encontraron porque así tenía que ser. No pudo haber sido de otra forma. La vida, el amor y las piezas de este rompecabezas gigante del cual formamos parte y estas piezas con forma de días se acomodan poco a poco sin importar lo mucho que nos alejemos, lo poco que en ellas pensemos o lo poco que las tengamos en cuenta. El amor es uno solo y no tiene otra definición que el amor en si mismo. Se miraron y no dejaron de hacerlo. No buscaron explicación a lo acontecido sino que siguieron las reglas del amor. Esa abuela que siempre los quiso juntos vio cumplir su voluntad en su territorio. Se abrazaron tan fuerte que fueron incapaces de soltarse. Luego de un instante dirigieron su mirada a la tumba de la abuela y decidieron retirarse del lugar. Una vez en la salida y sin decir una sola palabra quedaron de acuerdo en reencontrarse a la misma hora en ese lugar donde el amor le gana la batalla a la fría muerte. 

Eduardo Nieva

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