La lluvia y vos.

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La lluvia y vos.

La lluvia caía y a pesar del silencio de la noche no escuchaba yo el ruido de sus gotas al caer. Llegué pronto a casa pero no quería hacerlo. No había nada allí para mí. Solo el silencio de mi soledad. Apenas ingreso tu perfume me envuelve. Suspiro e intento captarlo a todo. No quiero desperdiciar ni un poco de esa fragancia que inexplicablemente está aún en mi cocina siendo que hace días que te has ido. El chillido del portón por falta de aceite en las bisagras me indica que alguien llega. Mis sentidos se agudizan escuchando los pasos que se acercan a la puerta de entrada intentando adivinar quien se aproxima. Los segundos pasan y nada, nadie entra. De repente el aroma de tu perfume parece cosa del pasado. No está más. La lluvia se hace intensa allá afuera y la humedad se pega en mi piel. Destapo una cerveza helada que hace días amenazo con abrir. No la quería tomar por tomar así como no quise tomar tu amor solo por tomarlo. Quería disfrutar de ella cuando sintiera el deseo y sin convencerme de que ese era el momento justo, decidí tomar de una vez ese trago amargo y helado que me hace sentir menos solo. Vuelvo a sentir el ruido del portón, ya cansado de eso voy a ver y veo al perro del vecino que lo empujaba para entrar y tomar agua. Maldito perro. Me mira y parece reírse de mí. Vuelvo a entrar y tu perfume me vuelve a envolver y pienso “¿Por qué te fuiste?” Suena mi celular y es Liliana quien escribe para verme. No le contesto. No la soporto. Su inocencia me exaspera. Personas que no se tienen respeto a ellas mismas, fuera de mi vida.

Entro al dormitorio y te veo de espaldas mirando por la ventana. Estás desnuda y tu piel suave invita a recorrerla. Siempre te gustó mirar la lluvia por la ventana y esta era una ocasión que no desperdiciarías. Tu pelo liso y suelto hasta poco más debajo de tus hombros emanaba parte de ese aroma que en mi cocina sentía al entrar. Metí mi rostro ahí entre tus negros cabellos y comencé a respirar ese aire de vida que renueva todo mi ser. Purifica la sangre de mis venas y me hace sentir pleno. Acompaño con mis manos a las tuyas que se apoyan en la parte inferior de la ventana. Todo tu cuerpo se estremece al sentir el mío apoyado al tuyo. Tus manos toman ahora las mías y sus dedos entran entre los míos. No me sueltas, cierras tus manos entre las mías e inclinas tu cabeza entregando tu bello y fino cuello para uno de mis besos. Mis labios se regocijan y no pueden resistir la tentación. Se funden entre tu cuello y ya la lluvia se hace más intensa. Te das vuelta y rápidamente estamos frente a frente. Tu boca entreabierta busca la mía y tu mirada con los ojos hacia atrás indican que no puedes parar así como esa lluvia entre relámpagos se hace cada vez más intensa nuestros cuerpos se desarman como esas gotas en el piso. Me abrazas y tus manos dejan marcado un camino en mi espalda. Dejan su huella mientras mi labio inferior es victima de tus dientes. Prisionero que no se quiere escapar. Mis labios, prisioneros que retienen a su captor. Otro estruendo hace vibrar los vidrios de mi ventana y ya estamos en la cama compenetrados al compás de la intensidad de la lluvia. El ruido del viento se confunde con el sonido de nuestros suspiros. De a poco la calma comienza a sentirse, la lluvia se detiene. La lluvia se va y tu con ella. El aroma de tu perfume está en la funda de mi almohada, que bello despertar. Me levanto y salgo a transitar un día más sin vos. Regreso a la noche cansado y agobiado a mi hogar pero ya no siento el aroma de tu perfume. Pasan las semanas y ese aroma al regresar a casa sigue ausente. Mi soledad añora tanto tu presencia como los suelos secos de aquel valle olvidado añoran los días de lluvia.

Eduardo Nieva [Cultura Pix]

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